Por: López Goldaracena, María Fernanda.
La presencia de la mujer en la Historia, como sujeto que la construye, que la escribe y que es reconocido explícitamente en dichas construcciones, es una cuestión relativamente reciente. La potestad masculina en las prácticas y las representaciones la tornaron invisible como actor social: fue durante los últimos cincuenta años en los cuales los trabajos, las investigaciones y la presencia femenina en los distintos ámbitos potenciaron su “salida del closet”.
La historia de la mujer fue precedida por un marco de lujo: la antropología, que le otorgaría una trascendencia vital al tema de la familia, mentalidades e historia de la vida cotidiana que trabajarán los terceros Annales, la Alltagsgeschichte alemana (1) y la “historia desde abajo” practicada por los marxistas británicos.
Y si bien comenzó como una más entre las manifestaciones de objetos novedosos que poblaron la constelación historiográfica de los ´70, fue ganando no sólo entidad y reconocimiento, sino estatuto de necesidad narrativa.
Importa decirlo: esta historia es tributaria de una revolución, aquella que empleó las armas más poderosas, las de la militancia y la palabra. La revolución feminista puso blanco sobre negro en una agenda cargada de múltiples temáticas, de las cuales la denuncia de la producción masculina del saber, impuesto como universal, fue una de las más emblemáticas.
La restitución de la mujer al relato hizo que se convirtiera en el eje de la narración, participante activa de un contexto histórico que, como bien sabemos, repercutía inevitablemente sobre ella.
El sujeto a historiar “mujer”, atravesaría por distintas estaciones. En los trabajos iniciales lo central y excluyente lo constituyó la descripción del universo en esencia femenino: historias de la vida cotidiana que destacaban el alivio de las tareas domésticas, los cambios de los espacios familiares que aumentaban el tiempo libre y la libertad de movimientos.
Luego se pasaría a enfoques en donde la relación entre el varón y la mujer se convertirá en la bisagra articuladora de las investigaciones. Esta dinámica inestable, conflictiva y sujeta a estabilizaciones, originó una categoría que permitiría comprender mejor la complejidad de las relaciones entre los sexos: el género.
¿De qué hablamos cuando hablamos de género? La sociedad fabrica a través de mecanismos culturales las ideas de lo que deben ser y lo que se debe esperar de los hombres y las mujeres. El género atribuye características "femeninas" y "masculinas" a las esferas de la vida, a actividades y conductas.
Desde la infancia vamos percibiendo las representaciones de “lo femenino” y “lo masculino” mediante el lenguaje y la cultura material (los objetos y las imágenes, entre otros). Muchos ni siquiera registran la diferencia corporal, pero son capaces de diferenciar el color de la ropa, los juguetes y los símbolos de lo que es propio de los varones y de las mujeres. De esta manera, en la forma de pensar y construir nuestra propia imagen, utilizamos los elementos y las categorías de género que hay en nuestra cultura.
En la escritura de la historia, el género abrirá las puertas para una mejor interpretación de las relaciones masculinas y femeninas desde los lugares en donde se organizó el poder: legislación, instituciones, políticas públicas, discursividades, representaciones, marcando los límites de lo masculino y lo femenino a través de los siglos.
Las indagaciones comenzarán en el mundo anglosajón (a partir de una perspectiva feminista en el sentido de igualitaria) para luego extenderse a Francia, Italia, otros países europeos y llegar a América Latina. La agenda la marcará la investigación sobre los derechos civiles, económicos y políticos, el reconocimiento social de la maternidad, el régimen de reproducción y la articulación del recién nacido con los padres, el dominio femenino de la fecundidad, las desigualdades existentes en los ámbitos laborales y en la educación, y la igualdad profesional que si bien hoy figura en la ley no es efectiva en ningún lugar del mundo, reto fundamental entre las mujeres y hombres en el presente.
Para concluir esta breve semblanza: una consecuencia directa de este viraje ha sido la irrupción de numerosas voces femeninas para escribir la historia, en todas sus variantes y modulaciones. No sólo historiadoras del género sino mujeres que escriben desde diversas perspectivas se incorporarán al mundo académico con singular fortuna. Joan Scott, Natalie Zemon Davies, Michelle Perrot, Gisela Bock, en Estados Unidos y Europa, y Dora Barrancos en la Argentina, son algunos de los múltiples ejemplos que pueblan la galaxia de historiadoras en la actualidad y que reivindican con su mirada la historia de las mujeres hecha por mujeres en el mundo occidental.
(1) Historia de la vida cotidiana.
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