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martes, 28 de junio de 2011

En Saladero Guaviyú, para proyectar la vida

04/03/2011 | LOCALES

Miguel de los Santos, de 82 años, quien vive en la zona de Saladero Guaviyú desde 1948, nos recibió en su casa y accedió a contarnos parte de su historia. Concurrió unos años a la escuela 31 de Sauce de Buricayupí --es oriundo de ese lugar-- y hace 62 años llegó junto a sus diez hermanos y sus padres a proyectar una nueva vida en este lugar. “Nosotros no fuimos la única familia numerosa en llegar a estos terrenos. Después estaba la familia Cuevas, que eran catorce, y los Ruppel ahí abajo sobre el llano, que era otra familia grande, pero ellos ahora ya se fueron”, explicó.
“Extraño aquellos años porque había una tranquilidad única y la cosa ha cambiado mucho desde entonces. Fíjese que cuando llegué con mis padres acá era puro monte y después se fue limpiando. Luego de que mi padre limpió hizo chacra, sembró trigo, avena, pero hoy solo se cría vacas y ovejas, y algunas gallinas”.
De joven recuerda las quermeses, aunque se hacían de día porque no había luz artificial. En cuanto a las épocas del año, confiesa que le gusta mucho más el invierno que el resto de las estaciones: “para trabajar es mucho mejor con frío que con calor”. Sobre la última sequía dijo que “estuvo bastante regular. Muy brava no fue porque por suerte aquí tenemos mucho pasto y en las últimas semanas ha llovido bien. Pero, sequía fue la de 1944, antes de venir para acá. Recuerdo que iban pasando las tropas y el ganado quedaba tendido por los campos. No llegaban a destino y caían muertos. Seguramente que estas son secas, pero ni cerca a las que llegué a ver por aquellos tiempos. De todos modos hubo mucha gente que alcanzó a salvar ganado, porque habían hecho establos provistos de agua con buenas reservas. Fueron pobladores que llegaron hasta estos campos que trajeron ganado a pastoreo y que se disponían a hacer la colonia. Eran tiempos donde no existían los caminos rurales como hay ahora. Usted vea que cuando vinimos eran sendas y había que andar atravesando los campos entre las chilcas y montes tupidos; ahora la cosa cambió”.
Sobre el saladero recuerda algunas historias que sus mayores contaban. “Sí, claro, cómo no voy a recordar cuando mi tío nos contaba que sobre el otro extremo llegaron a vivir como unas mil familias, casi sobre la costa, aunque de eso yo no alcancé a ver nada. Es que cuando vinimos era todo monte nativo y los restos de las edificaciones del viejo edificio donde procesaban el charque estaban tales como ahora. Todo estaba así como lo ve usted ahora. Muelle, chimenea y algunas paredes que todavía se mantienen en pie, todo igualito”. Agregó que “en los últimos años han mejorado los alrededores, la gente hace campamento, pesca y hasta se baña en el río”. Cuando al retirarnos le agradecimos el habernos atendido, don Miguel sonrió y apenas esbozó un “no tiene porqué”, en un típico gesto de hombre de campo.

EDUARDO ALBÉRICO BARNECHE Recordando viejos tiempos de Palmar de Quebracho

04/03/2011 | LOCALES
Paysandú Interior
Eduardo Albérico Barneche Romero (49) nació en Rivera en 1961, pero su familia se mudó cuando apenas tenía 9 meses a Palmar de Quebracho. Su padre se instaló como encargado de un comercio de ramos generales que pertenecía a Julio César Innella, quien tenía la casa matriz en pueblo Araújo. En dicho lugar se comercializaba de todo. Desde artículos de primera necesidad hasta combustible, bicicletas, armas de fuego y vestimenta. El comercio también incluía venta de repuestos para máquinas agrícolas de la época y el lugar era el centro para la transacción de cueros, lanas, cereales y oleaginosos.
Eduardo rescató que “dentro de Palmar de Quebracho existía una colonia de nombre Tres Palmas. Se trataba de una calle que terminaba en el arroyo Guaviyú. Los campos, que eran atravesados por el camino fueron colonizados por descendientes de alemanes y rusos, que básicamente se dedicaban a la agricultura. Eran aproximadamente 12 familias”.
“En Palmar de Quebracho funcionaba la escuela Nº 22 ya en su nuevo edificio, dejando atrás una vieja estructura en ruinas que operó, por lo que recuerdo, hasta la década de 1950. Esos campos fueron donados por don Mario Beccaría, un hacendado de la zona”, explicó.
La producción en el área era básicamente agrícola-ganadera, con cultivos que rotaban entre trigo, avena, girasol, maíz, gran contraste con los tiempos actuales, en que los campos están cubiertos por la forestación.
“Por momentos parece que estuviera viviendo esos tiempos. La casa donde yo vivía contaba con habitaciones de enormes dimensiones y de 25 metros cuadrados cada una. Por ejemplo, el comercio que atendía mi padre contaba con un salón principal de 120 metros cuadrados. Contiguo a dicho salón había un depósito, que en una oportunidad se lo completó con 22 mil bolsas de trigo. Me animo a decir que el galpón estaba desbordado y las estibas llegaban hasta los tirantes de pinotea del techo”.
En cuanto al entorno, Eduardo dijo que “los pobladores de la zona estaban activos, el movimiento generado por la producción de la época provocaba una gran concentración y el almacén atraía a las familias del lugar”.
No menos importante fue rescatar los años de túnica blanca y moña azul. “Durante los 6 años que concurrí a la escuela la matrícula se mantuvo estable entre 60 a 65 alumnos. Por un instante se me viene a la memoria mi primera maestra, María Teresa, esposa de don Petete Bertinat. Actualmente ella vive en Australia junto a sus hijos y su marido falleció hace un tiempo”.
“Uno de los pasatiempos predilectos y tal vez el único, eran las escaramuzas futboleras en improvisadas canchas, con arcos de madera los que en la mayoría de los casos eran fabricados por nosotros mismos. También el marcado de la cancha, que se hacía con una azada”, recordó.
“Con el cuadro de fútbol de la escuela competíamos en torneos interescolares en los que por lo general salíamos segundos. Solamente una vez un primer puesto nos sonrió y fuimos campeones en la escuela Nº 70 de Colonia Santa Kilda. Fue lo más parecido a obtener un título mundial y después de una larga agonía de varios años. El trofeo fue una copa de 60 centímetros, del tiempo que se las hacían en chapa cromada”, destacó con emoción.
A los doce años, Eduardo y sus padres se mudaron a Paysandú. Los primeros años de liceo fueron difíciles, ya que se trataba de un jovencito de campaña que tuvo que adaptarse a la ciudad.
“A los 15 años íbamos a ver competir a Néstor Álvez, un compañero de clases que era ciclista. Ese fue mi primer contacto con una actividad deportiva como un simple espectador”. Hasta que ya de adulto, don Roberto Escayola lo invitó a integrarse a las reuniones del Cerrito Cycles Club, cuando el presidente era Jorge Oucharenko, y pasó a ser uno de los directivos.
“Tiempo después me vinculé al Club Atlético Casa Blanca, también como directivo. Hasta que conocí a don Gerónimo Vanzini –quien fue un gran amigo–, y me invitó a presidir la Liga Sureña de Fútbol, cosa que me costó mucho por la falta de experiencia en esas actividades”, relató.
“Ya hace 15 años que andamos detrás del fútbol chacarero. Lo que más me motiva de esta actividad es la sinceridad de la gente. Porque el fútbol es el pretexto para unir a las comunidades del interior profundo. Ojalá volvieran aquellos años en que las familias peregrinaban por los polvorientos caminos acompañando a sus clubes y luego una vez al año en los campeonatos interligas, que eran una verdadera fiesta”, concluyó.

CÉSAR CAPELLI “El esfuerzo para mantener el fútbol del interior departamental”

15/04/2011 | LOCALES


Muy contento por el desarrollo del Interligas en Chapicuy, el presidente del club, César Capella --que desde el 2007 milita en el fútbol salteño orientando el Club Social y Atlético Chapicuy-- dijo que “esto ha superado las expectativas. Se notó el apoyo de la gente de Quebracho y de las otras localidades. Hay que ir reflotando de a poco el fútbol del interior de Paysandú, que es lo más lindo para uno que lo supo jugar, defendiendo a la Liga José Artigas y siempre con el sacrificio de hacer todo esto. Lo lindo es ver cómo salió todo bien”.
Militar en el fútbol de Salto fue para Capelli “una verdadera hazaña”, producto del gran sacrificio que dio sus frutos. En esta oportunidad, la Liga Artigas estuvo representada por el Club Chapicuy que desde el año 2007 ingresó en el fútbol de la Liga Agraria de Salto, tras la disolución de la Liga José Artigas. “Estuvimos tres años en la B y el año pasado tuvimos la suerte de ascender a la A de la Liga Agraria de Salto”, dijo.
La Liga Artigas contó con hombres realmente chacareros que debían dejar el tractor durante el único domingo libre para divertirse detrás del balón. “Claro, verdaderamente una hazaña. Antes había equipos como Santa Blanca, Santa Kilda, Gallinal, El Eucaplipto, Guaviyú de Termas. Todos equipos que no se pudieron solventar económicamente. Es una realidad y nosotros quedamos a la deriva. Ir a Paysandú significaba recorrer una larga distancia y los costos mayores aún. Por tal motivo, Salto fue una opción interesante, nos invitaron y allá fuimos”.
Capelli es uno de los “herederos” de aquellos viejos dirigentes del club y mencionó que entre los objetivos para este año se encuentran “seguir uniendo a los gurises, brindándoles la oportunidad de que jueguen al fútbol, reuniendo a la familia y haciendo el esfuerzo. En lo deportivo, tratar de llegar lo más lejos posible. Uno es consciente que hay cuadros superiores, pero en el fútbol nunca está todo dicho”.
Capelli también dijo que la competencia en Salto es más exigente, “porque hay veteranos que están dejando el fútbol salteño y se van a la Liga Agraria y ahí es donde se nota la diferencia, pero siempre hay un ambiente lindo”. El fútbol genera que las localidades se movilicen a diario, haciendo ventas de algún producto de la inventiva y otros beneficios, “siendo la fiesta con el patriarca una oportunidad importante para financiar posteriormente la institución y con esfuerzo se logra”.

 

ÁNGELA SUÁREZ El gusto por elarte culinario

06/05/2011 | LOCALES

Ángela Suárez nació en Salto y a los 13 años se mudó a villa Quebracho. Tiene cinco hermanos y su niñez y adolescencia estuvo marcada por el trabajo. Esta es parte de la historia de una mujer de 44 años que asumió a muy temprana edad el desafío de salir adelante con dedicación y entrega para alcanzar sus objetivos.
“Recuerdo que cuando era niña mis padres trabajaban mucho, no se podía estudiar y a mí me gustaba el estudio. Mis padres trabajaban en las zafras de las naranjas. Alcancé a completar la primaria, mientras que secundaría hice hasta segundo año. Yo siempre me encerraba con los libros, porque era algo que me encantaba. Me quedaba horas leyendo. Pensaba seguir física o química, era lo que más me atrapaba, pero no pudo ser”.
Comenzando la adolescencia tuvo que dejar de estudiar para salir a trabajar. “Sí, fue para arrancar uvas en campos cercanos a la villa. No teníamos mucho margen, había que hacerlo”. Contrajo matrimonio a los 16 y pasaron casi 30 años para que esta mujer retomara los estudios. Fue a instancias de los cursos FPV de la Escuela Técnica de UTU.
“Teníamos tres hijos y junto con mi esposo arrancábamos naranjas, porque no nos daba para el sustento familiar. Además, vendíamos empanadas, tortas fritas y pasteles y mis hijos salían a vender. Después mi abuelo Kluver, que era como lo llamábamos, nos fabricó un horno de barro. Fue así que empezamos hacer panes, roscas y otras elaboraciones que también comercializábamos, porque realmente lo necesitábamos para el mantenimiento de nuestros gurises”, relató.
Con dichos recursos, Ángela y su esposo enfrentaban los costos de la casa e intentaban alimentar parte de los sueños de una familia que jamás bajó los brazos. Tiempo más tarde, en 2005, Ángela ingresó al plan de emergencia. “Recuerdo que nos dieron los talleres, a mí me tocó la Escuela Agraria en Alternancia de Guaviyú. En dicho lugar me tomaron para la cocina. Fue el propio Pablo Santana, director de la escuela, quien buscó la forma de que retomara los estudios. Fue así que luego de hablar con mi esposo comencé con los cursos de cocina en la Escuela Técnica en Paysandú. Viajaba todos los días desde Quebracho a las 6 hasta la Escuela Agraria, cumplía con el trabajo durante la mañana, preparaba toda la comida para los estudiantes, regresaba a casa al mediodía y luego de un baño viajaba hasta la ciudad para poder participar de los cursos”. Una vez que terminaba de estudiar por la noche, al regresar a la radial de Quebracho un remise la esperaba. Pero no dejaba de trabajar, pues vendía a los propios profesores lo que elaboraba.
Para Ángela fue como haber cumplido el sueño de su vida: “tal vez lo más complicado fue utilizar la computadora, hasta que después de un tiempo pude sortear los temores”.
Desde hace un año vive en Paysandú y su experiencia le permitió trabajar en una parrrillada del medio, mientras que desde setiembre de 2010 tiene a su cargo el comedor de la empresa Azucarlito. Sobre las especialidades que elabora dijo que se destaca en la elaboración del strogonoff y las pastas. Sobre el final confesó que todo fue hecho con tanta satisfacción que al ver a su familia formando parte de un mismo proyecto la pone muy feliz. “Fíjese que a mi edad ya nadie me toma, porque soy vieja”, puntualizó.

MILTON LAURENCENA De futbolista a coordinador de la Junta local de Chapicuy

13/05/2011 | LOCALES


 
Milton Laurencena (45) fue técnico campeón con la Liga José Artigas de Chapicuy y la vida le ha dado la oportunidad de ser el coordinador de la Junta local de la referida localidad. En extensa charla con EL TELEGRAFO relató cómo intenta impulsar esta localidad del interior departamental, cercana a donde José Artigas fundó villa Purificación.
En cuanto al último campeonato de Interligas disputado en la referida localidad, Laurencena aseguró que “no cabe duda que hay que colaborar con estos eventos. Es muy importante cómo están tratando de sacar adelante este tipo de actividades, por idea del propio intendente. La verdad que nos pareció muy buena idea y fue así que surgió esto de poder tener los Interligas y estamos trabajando y apoyando, porque son cosas lindas que se vivieron en otras épocas con más intensidad y esperamos que vuelvan a ser como antes”.
Respecto a su paso por el fútbol chacarero, Laurencena rescató los mejores recuerdos. “Son los más lindos recuerdos que tengo en mi carrera deportiva, porque la verdad que los tengo como técnico de Chapicuy, como técnico de Quebracho y después --por la gran amistad que se hace en este fútbol chacarero-- por lo que hice con los Interligas y lo que viví. Es definitivamente inolvidable. Siempre le cuento a mis hijos y cada vez que puedo contárselo a los demás lo hago. Porque han cambiado un poco los tiempos, ya que antiguamente venir al Interligas era fenomenal. Terminaba el partido y más allá que había algunos inconvenientes dentro de la cancha, después éramos todos compañeros. Fue lo más lindo que viví con el fútbol”.
Laurencena nació en Paysandú, pero el destino lo llevó hacia el interior departamental. “Me vine a trabajar a Quebracho y me quedé. Estoy muy agradecido a Quebracho, porque me ha dado muchas posibilidades y hoy, como trabajé un poco en política, el intendente Bertil Bentos me dio la responsabilidad de estar en la junta de Chapicuy. Aquí estamos, frente a una desafiante actividad”.
Laurencena tuvo la posibilidad de ser técnico de Chapicuy y por primera vez sacarlo campeón de un torneo Interligas. Ahora, casualmente, el destino lo devuelve a Chapicuy. “Es verdad, eso sucedió a causa de una fractura en la cara que sufrí defendiendo al Club Quebracho. Fue en un partido contra Guaviyú. Eso me alejó de las canchas y una persona ya desaparecida y muy querida por mí --‘Cholo’ Melnik-- propuso que yo tenía que dirigir la selección de Chapicuy. Por supuesto que le dijeron que era una locura traer a uno de Quebracho a dirigir acá. Como lo dijeron ahora, que políticamente también era una locura. Yo vine, hablé con ellos y les pregunté qué querían hacer: si todos los años iban y perdían, si querían ir a perder. Eso era lo que yo no quería, porque siempre juego a ganar. Sureña y Guichón tenían un cuadrazo. Salimos campeones en Sureña, salimos segundo acá y después salimos campeones de nuevo como locales --que fueron los tres años-- que los dirigí. O sea tengo dos campeonatos y un segundo puesto”. Sobre cómo ve a Chapicuy y a su gente, Laurencena dijo que “es un pueblo totalmente ganadero y semillero. Se planta mucha semilla en cultivos que alternan en los plantíos. Hay productores muy grandes y después los arándanos, que han completado lo que estaba faltando. También hay un poco de árboles frutales. En realidad trabajo hay, Chapicuy está avanzando y se está desarrollando muy bien. Estamos trabajando muy unidos con el pueblo, sin colores políticos, sin despreciar a nadie. Hoy, a siete meses de gobierno, yo estoy muy satisfecho porque he hablado con la gente y por lo menos está conforme. Los primeros días quizás no estuvo muy conforme porque yo era de Quebracho, pero nos vamos conociendo y hoy la gente está contenta. Demanda de trabajo siempre hay. Se trata de una comunidad en la que viven unos dos mil habitantes”. Sobre el desarrollo de la zona, Laurencena agregó que “Chapicuy no crece más por tener poca gente. Solamente la producción de arándanos está demandando entre 1.200 a 1.300 personas, que en su mayoría vienen desde Salto y Quebracho. Son zafrales, pero gracias a eso Chapicuy está avanzando. Insisto, no avanza más porque la construcción está muy cara, no es fácil construir de un día para el otro. La visión de futuro que tiene Chapicuy es muy importante, con inversores extranjeros. Después, proyectos hay muchos, para mejorar una doble vía y otros emprendimientos que imaginamos transformar en realidad”.

MARÍA TERESA PÍREZ “Debemos preparar a los niños para la vida”

18/03/2011 | LOCALES


Desde que se recibió de maestra hace 27 años, su actividad estuvo vinculada al ámbito rural. Según relató, una visita a una escuela de campaña en el departamento de Soriano significó la señal definitiva para abrazar tan apasionante profesión. María Teresa Pírez (63) comenzó a trabajar luego de dar concurso en Dirección Rural en 1986. Durante 11 años fue directora en la Escuela 53 de Arroyo Malo y desde 1999 es maestra directora en la Escuela 19 de Estación Porvenir. Tiene tres hijos y dos nietos. Con orgullo dijo amar la escuela donde encabeza la Dirección y dicta clases, en tanto aseguró que permanece en la institución de lunes a viernes, durante todo el año lectivo. No sabe qué recuerdo dejará en la comunidad una vez que se retire y su gran deseo es culminar su carrera con la satisfacción del deber cumplido. Además, considera que la imagen del maestro como figura referente del centro poblado ya no es la misma.
“Tal vez en las escuelas que están en lo profundo del medio rural sí el maestro reúna esas características, donde lo único que hay es el centro educativo. Pero en escuelas como en la que estoy actualmente no tanto. Quizá porque estamos a pocos kilómetros de la ciudad capital. Seguramente eso marque que el maestro no sea el centro de referencia”.
Pírez sostuvo que la escuela que dirige es en cierta forma distinta a las demás instituciones educativas rurales. “Aquí no hay grandes carencias, los niños acceden a todo lo que acceden los niños de la ciudad. Estamos muy cerca y creo que esta misma globalización ha llevado a que formemos parte de esa gran aldea y de alguna manera estemos integrados al resto del mundo”.
La Escuela 19 de Estación Porvenir acaba de inaugurar su nuevo edificio y el reciclaje del viejo establecimiento, lo que ha generado mucha alegría, tanto en alumnos como en docentes. “Después de haber esperado tanto tiempo resulta algo imposible de describir con palabras. Yo vine en 1999, cuando este centro poblado tuvo un crecimiento poblacional desmedido, porque precisamente en ese momento se inauguró el complejo de viviendas de Mevir. Ese movimiento generó gran crecimiento en la matrícula escolar. Aumentó considerablemente y recuerdo que éramos dos maestras. Al año siguiente ya se creó un cargo y fue creciendo en forma sostenida. Se creó un grupo de educación inicial y al poco tiempo los vecinos se movilizaron por el liceo rural, hasta concretar séptimo, octavo y noveno. Fue creciendo a pasos agigantados. Si bien yo tengo un poco de añoranza por la escuela rural, estoy orgullosa del significativo avance que tuvo en los últimos años este centro educativo”.
Su vínculo con una escuela rural se estableció a pocos días de haber ingresado a Magisterio. “Recuerdo que nos llevaron a visitar una escuela en el interior del departamento de Soriano. Fue esa experiencia que me marcó, porque definitivamente aquella escuela me impactó. Recuerdo hasta el color de la colcha de la cama de la maestra. Ahí dije: sí, esto es lo que me gusta. Seguramente una de las causas pudo haber sido que me crié en el campo. Nací en Mercedes y mi niñez fue en Río Negro. Terminé mi carrera en Paysandú y me encantó este lugar. Me enamoré de Paysandú, me captó todo esto y aquí estoy”.
Para esta maestra rural la escuela en la campaña es punto de referencia y allí se prepara al alumno para la vida. “Pienso que no es necesario que todos los seres humanos deban hacer una carrera universitaria. Todos somos necesarios, cada uno en su lugar. La vida es un gran engranaje y pienso que no solo se necesitan ingenieros, doctores, abogados. Cada uno de nosotros cumple una función determinada y necesaria. Por eso sostengo que la escuela tiene que formar al niño para el ciudadano, para convivir sanamente y ser parte de la sociedad como un ser integrado”, agregó.
“Es un proceso que se va construyendo durante los primeros años de escuela, porque hoy el niño comienza a muy temprana edad. No se trata solo de lo curricular, es una madeja que se va tejiendo a lo largo de toda la etapa escolar. Por eso creo que el niño va construyendo su maduración a lo largo de la etapa escolar”.
Pírez consideró que los establecimientos que cuentan con liceo rural representan una experiencia sumamente positiva. “En mi humilde opinión pienso que el chiquilín cuenta con enormes herramientas. Porque el liceo rural cuenta con el mismo programa de ciclo básico que se aplica en todo el país. Lo positivo en todo esto es que el muchacho no tiene que marcharse para Paysandú y, cuando termina noveno, vemos que está pronto para volar, porque tuvo una preparación integrada y no sufrió cambios bruscos. Hemos podido ver cómo adquieren una madurez increíble”, afirmó.

Almacén de campaña en un cruce de caminos

04/03/2011 | LOCALES

 
Arroyo Malo es una colonia en la cual algunos vecinos siguen aferrados a su terruño, donde ya casi no quedan jóvenes y donde los que peinan canas añoran el pasado.
Una tarde casi sobre el final del verano, nos llamó la atención una antigua estructura de sólidas paredes. Tiene aspecto de almacén, aunque sus puertas cerradas y el escaso movimiento a su alrededor parecen negarlo. De pronto, una mujer se acercó por uno de los lados de la casa para recibir a la “visita”. Al enterarse de nuestras intenciones, llamó al encargado y nos invitaron a pasar.
“A mí no me gusta la ciudad, me gusta mucho más la campaña, porque aquí parece que todo resulta más fácil, además hoy tenemos de todo”, dijo María Elisa Britos al destacar las virtudes del lugar. “Movimiento hay, porque cuando no hay trilla, el pasar de los ‘mosquitos’ curando tal o cual cultivo, o el mantenimiento de la propia maquinaria sostiene el trabajo en los alrededores”, agregó Héctor de Lima Arcel.
Esta pareja atiende una suerte de almacén de campaña en un cruce de caminos en cercanías a la colonia. “Sí, la verdad que esta edificación conserva las características de almacén de campaña. Además cosas modernas no podemos tener. Hay que tomarlo con calma, porque no hay muchos clientes”, afirmó el hombre.
De lima Arcel reconoció que “uno apostó al campo y a esta altura de los acontecimientos para quienes ya estamos en un rubro desde hace tanto tiempo resulta difícil cambiar. Si uno sale de algo que conoce y entra en algo que no conoce, ahí puede darse el fracaso”. Dijo que los precios de lo que hoy se produce han mejorado considerablemente.
“Aquí en esta zona, como en otros lugares, estamos viendo que han cambiado los precios, tanto en lana, corderos, ovejas, terneros, vacas, novillos y la producción vale. Eso es lo que nos está ayudando. Antes capaz que teníamos el doble, pero los valores eran muy inferiores a los de ahora. Usted imagínese que un cordero hoy está en los cinco dólares el kilo y antes estaba al precio de un pollo”. En cierto momento de la conversación, nos llamó la atención gran cantidad de copas y trofeos en una mesa ubicada en uno de los extremos del salón.
El hombre sonrió e inevitable fue la pregunta. “Ah, eso es gracias a la suerte de andar ganando en eventos y encuentros de aparcerías con nuestro movimiento de criollos. A propósito de ello quiero aprovechar a invitar a todos y a todas las aparcerías para el próximo 10 de julio para la yerra a efectuarse en el predio contiguo al almacén”, resaltó el comerciante rural.

ALBERTO ACOSTA Un productor que rememora el pasado pero disfruta el presente

04/03/2011 | LOCALES


En su predio de colonia Arroyo Malo, don Alberto Acosta estaba cavando una zanja con una pala, sin que le pesaran sus 75 años. Al vernos, con una sonrisa expresó: “hay que hacer algo para salvarse”. Y tras encogerse de hombros agregó: “usted me entiende, simplemente es para mantenerme activo”. Las tareas en la chacra son sagradas, manteniendo vivos ciertos oficios como el de alambrar o pocear.
Decir que ha hecho de todo es repasar rápidamente que fue tropero, alambrador, tambero y productor de quesos, agregando que en los tiempos libres fue jockey y corría carreras de caballos.
Recuerda que sus padres lo hacían trabajar, y así fue desde la adolescencia. “Desde que yo recuerdo las cosas han cambiado mucho. Cuando se originó la colonia Arroyo Malo, había mucha gente y el movimiento era otro”, comentó al momento de repasar aquellos años. “Ahora quedamos pocos”, añadió, afirmando que la vida es linda y mejor que antes porque hay “otras comodidades”.
“Seguramente desde que instalaron el servicio de energía eléctrica mejoró un cien por ciento todo. Con la corriente solucionaron mucha cosa”, dijo. Al rememorar viejos tiempos, don Acosta dijo que hubo años buenos y de los otros. “Claro que hubo años en los que tuvimos la oportunidad de hacer algo y así poder adelantar un poco más y avanzar. Tradicionalmente por estos campos se plantó trigo, lino y girasol. Ahora los campos están dominados por la soja y el trigo, y algún sorgo perdido”.
A medida que la charla continúa, don Acosta avanza con el trabajo, ayudado por un joven, quien extiende la zanja hasta el bebedero de los animales. Si bien para este hombre de campo los oficios no se han perdido, las herramientas modernas han transformado en más viables las tareas. “Hay mucho adelanto. Trabajar hay que trabajar, pero hay mucho adelanto de maquinaria y ello hace más fácil todo lo que uno va a encarar”. La vida de don Alberto está entre Quebracho y su chacra en la colonia. “Trato siempre de estar haciendo algo. Me paso el tiempo que me necesiten. Ahora estamos haciendo una canaleta para colocar unos ductos y así poder llevar agua desde el molino hasta el bebedero para los animales. Es algo que hacemos con mucha dedicación, esmero y en lo posible precisión”, puntualizó.
04/02/2011 | LOCALES
WALTER HUMBERTO MARTÍNEZ
Desde Agraciada a Arroyo Malo
El pasado 23 de enero cumplió 78 años, aunque aseguró que festeja su cumpleaños por partida doble. Oriundo de Agraciada, departamento de Soriano, Walter Humberto Martínez fue inscripto en el Juzgado cinco meses después de haber nacido, por lo que en los papeles es habitante de este país a partir del 2 de junio de 1933.
Es el mayor de ocho hermanos y a los 17 años viajó hasta la localidad de Arroyo Malo en el departamento de Paysandú a entregar un tractor a un productor de la zona. Tanto lo sedujo el lugar que en cuanto tuvo la oportunidad se vino a vivir definitivamente.
“Yo en Agraciada tenía trabajo y hacía de todo un poco. Arranqué de muy jovencito a trabajar de peón, porque en mi familia éramos pobres, muy pobres, y como antes no existían ni siquiera las asignaciones familiares y la escuela me quedaba como a 10 kilómetros, apenas pude concurrir hasta tercer año. Pasaron cuatro años desde la vez que fui a entregar el tractor en aquel establecimiento de la zona de Quebracho. Yo me hice amigo de uno de los hermanos Morales que tenían comercio en la zona. Era gente que se dedicaba a la chacra y al tambo, y fue él quien me trajo tras efectuar una sociedad con su hermano. Cuando vine tenía 21 años recién cumplidos y trabajé como peón; fue el 28 de febrero de 1954”. Como cualquier muchacho con objetivos, llegó con una valija, un par de mudas de ropa y 200 pesos de la época que había alcanzado a ahorrar. “Fue el único capital que traje. De ahí en más la vida fue bastante dura, marcada con el sacrificio, con mucho trabajo. Definitivamente eran otros tiempos. Ni peores ni mejores, diferentes a los de ahora”. Si bien no añora en demasía las épocas vividas, a los muchachos de hoy les dice que estamos viviendo tiempos de oro. “Me podrán decir mil cosas, pero ahora la gente vive la vida y antes en la campaña se vivía como los peludos. Sin acceso a muchas cosas, como los servicios en el transporte, el agua y la energía eléctrica. Cuando me instalé en Arroyo Malo trabajé dos años como tractorero, plantaba una parcela de campo y con lo que generaba pude ahorrar unos pesos”.
Su conducta, capacidad de ahorro y entrega al trabajo, le dio la oportunidad de abrir un pequeño taller mecánico. El gran movimiento de la Colonia le permitió atender toda la maquinaria agrícola que en ese entonces trabajaba en la zona. “En cada fracción había una familia, llegué a atender las máquinas de los productores de Arroyo Malo, Guaviyú y Ros de Oger. Recuerdo que le atendía un tractor a un vecino al que no le cobraba y él me permitía tener unos cultivos en un terreno de su propiedad. A mí me gustaba mucho la agricultura y así me fui haciendo de a poco. Formé familia en dos oportunidades, de las cuales tengo cinco hijos y soy abuelo de cuatro nietos”. Al momento de hacer un balance entre el pasado y el presente, don Martínez no dudó en decir que hoy se vive mejor, porque asegura que actualmente se tiene todo al alcance de la mano. Aunque admite que por la tecnología hemos perdido ciertos valores y códigos de convivencia.
“Seguramente que antes teníamos más compañerismo porque no había mucha cosa para hacer y la gente no andaba tan acelerada. Por ejemplo Arroyo Malo está a 23 kilómetros de Quebracho y no resultaba fácil viajar, y ahora las posibilidades han cambiado mucho, porque el que no tiene auto tiene moto y los caminos han mejorado considerablemente si tenemos en cuenta que antes eran senderos. Y para todo aquel que dice que antes la plata alcanzaba era porque no había en qué gastar el dinero, dijo que no había tentaciones por obtener cosas como ahora. Fíjese que yo recién pude comprar una bicicleta usada a los dos años de haber llegado al lugar. Los entretenimientos se concentraban básicamente en jugar un casín, alguna carrera de caballos, el fútbol de los domingos y una quermés en la escuela, la que se hacía en horas del día porque no había luz artificial y así fueron pasando los años”.

Un fuerte sentimiento de pertenencia

26/03/2010 | LOCALES
Cuando la visitamos y le sugerimos hablar de otros tiempos, dibujó una pequeña sonrisa, como adelantando parte de su respuesta afirmativa a nuestra solicitud. María Inés Mourglia tiene 71 años, nació en 1938 y es la cuarta de catorce hermanos. Con la clásica bonhomía del típico vecino rural, comenzó diciendo que “su padre vino desde Soriano y se instaló por unos campos de la colonia Arroyo Malo a un par de kilómetros de donde están actualmente. Tenía unas 73 hectáreas en las que se producía agricultura. Plantaban maíz, lino, girasol y otros granos”, comentó. María recordó parte de cómo su esposo – con el transcurso de los años – pudo comprar el almacén, que actualmente atiende junto a su hijo. “Fue un señor de apellido Bianchesi que vivía en Quebracho, propietario de un comercio de ramos generales quien le ofreció a mi esposo la compra del negocio. Mi marido plantaba un poco de girasol en el campo de un amigo y le respondió: esperame que si llueve esta noche la alcachofa va a venir bien y mañana hablamos. Como ese sábado por la noche llovió, fue así que el lunes por la mañana se fue temprano con el termo y el mate bajo el brazo y a las 8 comenzó a negociar el acuerdo que terminó en el alquiler del comercio. El dueño le dijo: ‘bueno esperame hasta marzo que mis gurises comiencen el liceo en Paysandú y te entrego las llaves’. Y así fue que ocurrió, porque esa familia se fue a vivir a la ciudad”. Seguramente para nuestra protagonista recordar parte de aquellos años le trae ciertas reminiscencias de un tiempo donde la colonia se movía a otra velocidad. Precisamente fue imposible no hablar de ese pasado, al que esta mujer evoca con una mezcla de alegría y angustia. “Extraño aquella época porque antes todo era más lindo. Toda la vida en este lugar era diferente de como es ahora. Me adapté a aquel ritmo de vida, por eso añoro aquellos años. Cuando tenía 14 años de edad estuve de niñera en lo de la familia Anchorena en Quebracho. Hoy ese muchachito trabaja en la Junta de la villa. Luego, por el año 1966 nos vinimos para Arroyo Malo”, agregó.
María Inés también repasa con profunda nostalgia, sus entornos y amistades del entonces. “Me da lástima que la gente se haya ido y que los amigos no me llamen, aunque yo de todos modos y cada tanto me comunico con ellos. Tengo unas cuñadas en Montevideo con las que mantengo cierta comunicación y me desahogo un poco hablando con ellas. A veces cuando estoy sola me pongo algo melancólica y llamo a mis amigas y les digo, ‘‘¿ché te olvidaste que vivo en Arroyo Malo?”. “Cuando contraje matrimonio – a los 20 años – viví unos 7, en un comercio de don Carlos Anchorena, quien tenía una agencia Ancap, bar y tienda, lo que generaba un movimiento impresionante para todos los colonos de la zona. Definitivamente eran otros tiempos y los extraño mucho”, concluyó.